Sacher – Masoch, la educación del cuerpo disfrazado II

¿Sadomasoquismo y D/s? Parte 1

 

Porque, en cuanto lee uno a Masoch, siente cabalmente que su universo no tiene nada que ver con el universo de Sade. No se trata sólo de técnicas, sino de problemas, inquietudes y proyectos en extremo diferentes. No vale objetar que el psicoanálisis mostró hace tiempo la posibilidad y la realidad de las transformaciones sadismo-masoquismo. Lo que está en cuestión es la unidad misma de lo que se da en llamar sadomasoquismo. La medicina distingue entre síndromes y síntomas: los síntomas son signos específicos de una enfermedad, mientras que los síndromes son unidades de coincidencia o de cruce que remiten a genealogías causales muy diferentes, a contextos variables. No estamos seguros de que la propia entidad sadomasoquista no sea un síndrome que deba ser disociado en dos genealogías irreductibles. Tanto se nos dijo que era sádico y masoquista, que al final nos lo creímos.

-Gilles Deleuze. Presentación de Sacher Masoch, lo frío y lo cruel.

Cuerpo como habitación última de resistencia, cuerpo como encarnación de discursos y placeres. Cuerpo como pedagogo de otros cuerpos. El nacimiento de la clínica como distribución, clasificación y exclusión del lenguaje sobre el mismo cuerpo. En el texto previo, problemas enfocados durante el Medioevo hacia artes amatorias, cuestiones derivadas del amor o la melancolía, perversiones de marqueses y nobles cuya comodidad les permitía ejercer sus búsquedas de placer no sólo en esto, sino en establecer un modus vivendi burlesco como postura política ante el decaer y la iluminación del sueño de la razón cayendo de su esplendor entre los siglos XVIII y XIX, llegando así hasta el punto donde la clasificación de patologías se encargaba de distribuir cuadros generales bajo definiciones como la siguiente: “Conducta o comportamiento sexual en el que la persona experimenta excitación y satisfacción sexual mediante el sufrimiento físico o psíquico que inflige a otra persona o que recibe de ella”.

Resulta que, no puede hablarse de una asociación que se encargue de generalizar ambas cuestiones dado que, como diría Deleuze, sus genealogías son distintas. Los acrónimos dados al Sadismo y al Masoquismo se tomaron respectivamente del Marqués de Sade y de Sacher-Masoch, agrupando sus comportamientos como similares en tanto que parecían referirse a una búsqueda desenfrenada del placer en el acto del sufrimiento, sea dado o recibido. Sin embargo, resulta que la contextualización histórico-teórica de ambos autores se halla en puntos muy diversos.

En el caso de Sade, su condición inicial sobre azotar a algunas jóvenes era común en su tiempo. Cuenta Simone de Behauvoir en su libro ¿Hay que quemar a Sade? Que “El joven Sade no tiene nada de revolucionario, ni siquiera de rebelde. Está totalmente dispuesto a aceptar la sociedad tal y como es”[1]. Esto debido a que acepta una esposa mojigata con la cual casarse y ocupar el lugar del amo y señor, teniendo una reticencia del sistema feudal contenida en el modo de moverse de la nobleza de su tiempo: aburrido de los placeres dictados por la norma de su matrimonio y, como afirmación de su marquesado, es que se planta en el hecho de tener una casa aparte y tapiada donde dar rienda suelta a sus deseos, como mucho otros nobles que se encargaban de realizar orgías y castigar o mandar a azotar a algunas jóvenes criadas. Y todo esto no por el hecho de la enorme riqueza de la nobleza, sino justo como afirmación de los títulos nobiliarios ante una clase que perdía ya sus privilegios y riquezas ante la misma decadencia de su sociedad. ¿Dónde ejercer la crueldad y tiranía del joven señor feudal y libertino, si no es en el lugar destinado a encontrarse aislado del resto de edificios? La crueldad resulta entonces como afirmación de la virilidad del joven noble señor en este caso. La particularidad de su pensamiento radica en el cuestionamiento y realce de estas características de afirmación, como la firmeza de espíritu; no porque el autor las posea, sino porque muestran el anhelo de suyo, como de su clase social, de aquellos valores añorados que ya no poseen, pero que les resultan imprescindibles.

La historia del mismo Sade es lo que nos permite entender su obra. Es marcado por sus vicios y asociado al crimen, a la naciente terminología clasificatoria de patologías médicas y psicológicas. Ante el rechazo social ejercido sobre el joven Sade, éste se refugia en la culpabilidad y comienza a entablarse en su moral demoníaca surgida de sus vivencias en ésta etapa: entabla relaciones con la marquesa Renée Pelagie, su mujer es cortejada por el marqués de Blamont, quien se goza de acariciarla mientras piensa en todo lo que el deseo en erupción y la voluptuosidad podrían provocar sobre ella. Así, virtud y vicio comienzan a conjugarse entre los juegos de loas posiciones sociales, el amor y, el seductor como aaquel que se planta a ejercer el placer de ejercer la imaginación libertina sobre una mujer mientras la trata con caballerosidad. La figura del amante que seduce a la mujer aceptada y ejerce su tiranía sobre la mujer sin nombre en sus espacios reservados para ello. Así, el juego de lo tiránico y lo cruel como condición común a la nobleza del siglo XVIII comienza a transformarse en un juego teórico y consciente, postura ético-política de la burla hacia la decadencia misma. Renée Pelagie rechaza a Sade bajo el temor de la sociedad y pasa a encarnar la virtud risible de la que éste autor se burlará a lo largo de sus obras. La voluptuosidad encarnada en el hombre maduro que se pasea más tarde por Marsella con fustes y látigos adornados con pinchos denota la habitación del erotismo como una postura política de burla ante la misma decadencia. La vuelta a lo instintivo provocado por el imaginario del cruel y torturador no es sino el colocarse de bruces con el cuerpo expuesto como placer en erupción ante una sociedad que amenaza con encuadrar todo bajo casillas insostenibles de virtudes y de clasificaciones que encarcelan a criminales y pensadores vástagos de la nobleza tiránica. La trama interesante en Sade está en colocar el vuelco al discurso desde la parodia risible del hombre despojado de todo que se coloca en el placer mismo. Nada que ver con el hombre detrás de los escritos de Sacher Masoch, quién en lugar de colocarse como ésta erupción de deseo se plantea bajo el educador liberador de la mujer, dominador de la transgresión al establecer un contrato que simule el apego sexual a la madre. El sádico no es el educador, sino el que se coloca en la parodia de la realidad limitada para recrearse en el imaginario y el ethos del libertino como la figura de quien se burla a través del placer de su misma condición. Pero sobre el educador del cuerpo, sobre de aquel que se burla inclusive del mismo sádico en su incapacidad de explotar todos sus placeres y romper con su simulacro, hablaré en la siguiente entrada.

 

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Bibliografía.

-Deleuze, Gilles. Presentación de Sacher Masoch. Lo frio y lo cruel. Buenos Aires, 2001. Disponible en línea en: http://conexoesclinicas.com.br/wp-content/uploads/2016/07/Deleuze-Presentacion-de-Sacher-Masoch.pdf

-Beauvoir, Simone. ¿Hay que quemar a Sade?. Márgenes. Madrid, 2000.

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[1] Simone de Beauvoir, ¿Hay que quemar a Sade?, pag. 32.

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