Extracto de la tesis del siguiente link
Nuevamente emerge el preguntarse ¿de qué manera la tecnología provoca una disolución de las subjetividades y cómo afecta nuestros procesos de imaginación? Para ello quizá hemos de volver a una narrativa filosófica que nos introduzca en una reflexión sobre la memoria, el recuerdo y los procesos que provocan cierto status que identificamos como felicidad. El camino a los procesos de introspección en una sociedad en la cual debido a la velocidad de la información no nos está permitido detenernos a exorcizar nuestros fantasmas filosóficos. Para ello ahondaré en una meditación filosófica yendo a través de autores como Nietszche, Eugenio Trías, Pierre Klossowski, Agustín de Hipona y Paul Virilio, buscando una posible respuesta a dicha pregunta. Quizá algunos conceptos devenidos del cristianismo pueden arrojarnos luces sobre la manera en que vemos, imaginamos e interpretamos el mundo en un presente constante. Ante la mirada de una cámara IP[1], que nos proporciona una visión en todo momento: ¿cómo es que vemos a través de ella?, ¿será posible que la antigua mirada vuelta a lo divino devenga en una mirada con apariencia de eternidad a cualquier punto posible de un presente del instante que nos rebasa?
El presente del instante
Si es posible vivir casi sin recuerdo, o sea, vivir felizmente, como lo prueba el animal, es de todo punto imposible vivir absolutamente sin olvidar
(F. Nietzsche, Consideraciones intempestivas, 1876.)
La construcción de lo que denominamos realidad no es sino una de tantas interpretaciones sobre los deseos que los imaginarios sociales nos venden, por lo que esto influye tanto en la manera de percibir los objetos como en las convenciones alrededor de los imaginarios sociales de la realidad o la irrealidad. Por ejemplo: resulta que tras las reflexiones con que Nietzsche puso en cuestión los juegos del lenguaje y el establecimiento de verdades como productos de convenciones humanas para justificar el dominio de “unos sobre otros”,[2] se hizo posible pensar la historia y el tiempo de una manera no lineal, como había sido heredada del pensamiento cristiano a través de los siglos. Sobre todo con su propuesta del Eterno retorno, desde donde se plantea la cuestión del instante, el olvido y la voluntad.[3]
Sobre el instante, tomando en cuenta los comentarios de Pierre Klossowski a la Consideración intempestiva de 1886, llamada De la ventaja y la desventaja de la historia para la vida,[4] se nos presenta la cuestión respectiva a éste concepto en tanto que se habla de una obsesión por el pasado como problema medular del pensamiento y de la vida. Esto se da por mirar como una historia lineal, formulando así un “sentido histórico del pasado, so pretexto de liberar de él el presente”.[5] Se depende del recuerdo como una cuestión psicológica. Trasladándolo a la cuestión de los imaginarios, podemos decir que recreamos y formulamos la vida del presente a expensas de aquello que queremos recordar y tomarlo como una manera de asegurar una identidad. Nuestra visión cultural sobre el aferramiento a la identidad nos exige la configuración de un pasado, noción tomada del cristianismo, de influencia agustiniana donde el pasado a la manera de una historia de la salvación es lo que posibilita el presente como tiempo de actuación militante y habitación de la Ciudad de Dios en la tierra, construyendo el espacio a la manera de la esperanza en la vida eterna que espera llegar sin acontecer.
Siguiendo el análisis de Pierre Klossowski en torno a la consideración intempestiva mencionada, Nietzsche le da solución desde pensar el instante en tres tiempos: primero aquel que corresponde al animal, quien vive en una vida del presente eterno, sin historia, pues así como vive olvida; el niño, como segundo tiempo, es mirado desde el adulto como aquel que aún no posee una historia de la cual tener algún arrepentimiento, por lo que está al acecho del devenir de manera tranquila y sin prisa. El adulto se encuentra en el presente que mira hacia el fantasmagórico pasado, recreando así el instante brusco, en el que todo vuelve a ser fantasma una vez acontecido, viviendo a la espera de la muerte que traerá por fin el “deseado olvido”[6] de su vida acaecida brutalmente a expensas de la memoria.
Por ello, la solución es el Eterno retorno a la manera de un barrido que recuerda la memoria del animal, es necesario aprender a vivir realmente situados en el instante, pues de otra manera no puede conocerse la felicidad. Pero como reza la cita al principio de éste apartado: no se trata de situarse en la postura del animal, pues atenidos a nuestra cultura, nos resulta del todo imposible vivir sin olvidar y, por ello, sin poseer esa felicidad que se centra en el presente que nunca recuerda.
Según el análisis de Klossowski, la resolución es situarse fuera del sentido histórico, pues la relación histórica nos lleva a ser falaces en tanto que somos nosotros mismos los que hacemos actuar la memoria en tanto la plasticidad de nuestra configuración cultural. Se actualiza el “siempre posible” como aquello que mira entre no vaciar el presente al habitarlo de los fantasmas del pasado, ni desvalorizar el pasado por ponerse en la forma del animal. El barrido perpetuo del Eterno retorno consiste justamente en el acto creativo o voluntad creadora proveniente del olvido cuando nos basamos en dos tipos de historia, aquella que efectivamente nos sitúa en un punto de acontecimiento histórico y otra que actualiza el presente en todo momento: la felicidad de un dios que asume en si las tristezas, penares y alegrías de la humanidad entera al entender la historia del ser humano como su propia historia; se es mártir y victimario, tirano y esclavo; se es un solo espíritu, una voluntad creadora. No moral a la que se supedite nuestra historia, sino el Carnaval donde cada rol asumido es una máscara que presta el momento de la actuación. Es éste el presente en el cual, justo el Ciborg, no se sitúa, pero que entendido en su relación con lo tecnológico y la propuesta siguiente, podría mostrar una salida posible. Es ésta la mirada del Carnaval Travesti Filosófico sobre toda posibilidad: la Voluntad creadora del que toma el travestismo de ser un dios para sí mismo.
Paisaje de acontecimiento
“Vea, escuche, toque. Cierre los ojos. La memoria queda descolocada al mismo tiempo que la mirada se despega del ojo y éste del párpado. Ahora todo es horrorosamente visible, audible, tocable y fácilmente olvidable e inoxidable”.
(Guillermo Goicoechea, Gramática de los medios).
Existe, en contraparte, la mirada lineal del tiempo, en la cual lo que cambia es la percepción sobre éste; se cree que hubo un principio, hay un plan de ejecución sobre el tiempo y un fin de la historia, como visión escatológica. Desde esta última corriente es donde podemos situarnos para un análisis de la realidad Ciborg. Sumergidos en una cibercultura o una cultura conectada en todo momento a la tecnología, hemos adquirido a través del uso de ciertos artefactos tales como las cámaras de video o fotografía, las transmisiones streaming y otros dispositivos mass media lo que antiguamente se denominaría como la mirada de Dios o el “Paisaje de acontecimientos”.[7]Esto es lo que constituye la médula del concepto de telepresencia en Paul Virilio: tener la información en la inmediatez del acto, en tiempo real, in-formación de los medios hacia la subjetividad. El Ciborg que mira desde los ojos divinos.
Tal justificación sobre la mirada divina proviene del Cristianismo que configuraba su teología y fundamentación filosófica y epistémica en una sola rama a pretender (bajo el establecimiento de la definición de los dogmas), así como la manera de entender mítica y filosóficamente el mundo entre los siglos IV y VI, hablar de Paisaje de acontecimientos remite a Agustín de Hipona, quien en su Civitate Dei explica que existe una visión que únicamente pertenece a Dios y dónde el pasado y el presente se conjugan en un sólo tiempo. La alegoría y metáfora se centra en la representación de un paisaje que podríamos comparar con una grabación en tiempo real, que al acceder a ella puede observarse el tiempo desde el inicio hasta el fin de la historia. Esto se debe al mito fundante de su fe contenido en la teología de la historia del libro de la Revelación, donde todo es observable al mismo tiempo: Cada decisión que el hombre ha tomado se conjuga en un único momento que sería apabullante para un hombre al no soportar mirar todas las posibilidades que ocurren en un sólo recuadro siendo parte así de un co-presente.
Traer a colación una metáfora que ayudó a consolidar el pensamiento cristiano en sus primeros siglos se relaciona con una sociedad global tecnologizada justo en el punto en que éste mito fue planteado por Agustín, no sólo para dar una explicación de su fe, sino para interpretar en su tiempo la manera en la cual habitar la Ciudad Terrena puede transformarse en una extensión de tiempo de la Ciudad Celeste, donde Dios mira de la manera que se ha explicado. Si bien el Doctor de Hipona no pensaba en la tecnología, Paul Virilio es quien enlaza ambos conceptos para fundamentar su tesis sobre la máquina de visión, cuya idea se centra en que la Visión o mirada de Dios ha pasado a reemplazar la visión humana a través de la tecnología. No se trata del “Fin de la Historia”,[8] sino de replantear el problema de ésta en tanto que nuestra relación con la tecnología se ve precisada de una velocidad de transmisión y captación de la mirada en un tiempo donde podemos ver todo al mismo tiempo, por tanto, comprender lo menos posible dado el exceso de información. La telepresencia se amplía en lo tele-tecnológico a través del uso de aparatos que fungen como artefactos del cuerpo tales como videocámaras, cámaras de vigilancia, web cam y señales en streaming. Luego entonces podemos acceder al paisaje divino mirando una gran cantidad de información al tiempo que sucede, o regresando atrás para mirar el hecho desde la mirada de la extensión cibernética en cuestión. Se rompen las fronteras del tiempo y el espacio al mirar lo que ocurre detrás de la pantalla. Nos diluimos en el cúmulo de información como si se tratara de una mascarada donde podemos participar del ojo divino: Es relevante mencionar aquí la teología y teleología del ojo, así como la cuestión de la mirada en Georges Bataille, quien, enfocado en la visión del erotismo, menciona lo siguiente en sus ensayos homónimos:
No pienso que el hombre tenga la más mínima posibilidad de arrojar un poco de luz sobre todo eso sin dominar antes lo que le aterroriza. No se trata de que haya que esperar un mundo en el cual ya no quedarían razones para el terror, un mundo en el cual el erotismo y la muerte se encontrarían según los modos de encadenamiento de una mecánica. Se trata de que el hombre sí puede superar lo que le espanta, puede mirarlo de frente.[9]
Respecto al Ciborg y según la cita de Bataille, la pregunta prudente sería ¿Cómo hundirse en el dominio de aquello que nos causa terror? Ser capaces de desvelar la mirada del miedo implica liberarse de los dispositivos de control que nos atan dentro de la sociedad. La mirada puede ser desvelada, pero también impone un control sobre el otro. En el caso del erotismo, devenir en ojo, como en el caso de la novela Historia del ojo, es cumplir con el terror del vacío y la muerte a consecuencia de la conjunción entre erotismo y muerte sin desvelar los miedos de la mirada. La mirada del ojo divino que libera, aquel que soporta todo es la puesta entre las piernas abiertas de Madame Edwarda invitando al placer para después desvanecerse en la nada. Detrás de la mirada divina simplemente está el vacío, la nada, el hastío. El dios de Agustín no tiene cabida en donde la mascarada del hombre, al ser desvelada por la mirada, nos lleva a la confrontación del vacío en una espiral entre mirar, desvelar, gozar y morir. Este proceso se repite incesantemente en la mascarada.
Resultan, hasta aquí, dos usos específicos que podemos rastrear ante el uso de un medio de vídeo que se configura como artefacto-extensión del biocuerpo. El primero denota que poseyendo la mirada divina, devenimos en un ojo que todo lo ve. Ejemplo similar a la vigilancia distópica está presente en la novela 1984 de George Orwell. A primera instancia pareciera ser una exageración si el lector atento ha prestado detalle a la novela aquí mencionada, donde un mundo posible y futuro a la realidad del autor se encuentra totalmente vigilado por cámaras que muestran en tiempo real toda la información ante el personaje llamado El gran Hermano. Todo aquello que esté en contra de lo que éste personaje dicta es automáticamente señalado e intervenido creando así una sociedad de control perfecta a través de lo que se denomina como policía del pensamiento, consistente en unidades de vigilancia que intervienen y censuran en el momento preciso.
Ahora bien, pareciera ser que la distopía de la novela mencionada no se ha cumplido y, sin embargo, vivimos situaciones muy similares a las retratadas aquí. Por ejemplo que existen cámaras IP alrededor de todo el mundo: desde aquellas instaladas en cuartos para vigilar bebés; en bancos, calles, bares; incluso cámaras web habilitadas en función de vigilancia. Su uso declarado consiste en dirigir su señal vía internet en tiempo real hacia donde el usuario decida mirarlo y desde el dispositivo que guste. El internet se transforma en el lugar donde acontece la mirada divina. Puede observarse desde un teléfono celular hasta una computadora o un sistema complejo de seguridad, ya que se puede accederse a la mayor parte de éstas cámaras con un navegador de internet común al ingresar direcciones como <inurl:”ViewerFrame?Mode=”>, arrojando así multitud de entradas a diversas cámaras a nivel mundial. Su problemática no se reduce al probable fallo de seguridad que las empresas productoras de éste tipo de artefactos ha hecho o saltado a propósito para facilitar el acceso a la información, puesto que IP representa una dirección física traducida a un lenguaje virtual, sino en producción de una necesidad de acceder a la mirada divina como medio de vigilancia y control el mayor tiempo posible. Por ello el epígrafe de Goicoechea al principio de éste apartado. Subrayar que “todo es horrorosamente visible, audible y tocable, se vuelve un espectáculo grotesco en la medida de ser inundados por información transformada en imagen; no se trata del Gran Hermano, sino del Ciborg que todo lo puede mirar en tiempo real: desde pasajes hasta bragas y lo que hay debajo de ellas o incluso imágenes Gore para alimentar nuestro morbo. Todo alcanzable y fuertemente olvidable.
El sujeto-usuario adquiere la autonomía de la web como un uso político de la vigilancia que deja atrasado el modelo del panóptico de Foucault ya que ahora no necesitamos de una cuadratura del espacio, sino de una conexión para mirar todo cuanto queramos. Cualquiera que con un celular o un ordenador puede situarse tras la pantalla, digitar y vigilar, para luego comentar o difundir desde una red social como fenómeno de la estigmatización del sujeto. Situarnos en la visión del Paisaje de acontecimiento nos coloca en una posición que excede la política, como dice Paul Virilio:
Nos encontramos al fin de una era de lo político: el poder multimediático —y ya no mediático (de la prensa y de la televisión)— plantea problemas a la esfera de lo político. Esta transición es “transpolítica” […] Ahora bien, el surgimiento de estas tecnologías establece un sistema de poder que no tiene nada que ver con el poder de control que manejaba un gobierno: un ejercito y una policía. No debemos olvidar que, en el pasado, la palabra “mediatizar” significaba “someterse a un señor”, estar mediatizado durante el periodo feudal, era convertirse en un hombre ligado a un señor: lo mediático es aquello que conserva un poder bajo control.[10]
Así como el dios de Agustín de Hipona observa y determina el bien y el mal desde su Paisaje de acontecimientos, la mirada de Dios nos proporciona el medio para vigilar y discriminar la información. Sólo que ahora hemos traspasado la frontera de lo político. Se diluye de esta manera la subjetividad en tanto que el ejercicio de lo político atraviesa por redes de dispositivos de control en donde cada uno de los que nos conectamos ejercemos una vigilancia sobre los otros. No se necesita de una policía del pensamiento cuando cada singularidad es capaz de vigilar, acosar, estigmatizar y mediatizar todo aquello que puede captar. El prefijo trans abre la discusión hacía pensar la política desde un contenido que abre los horizontes de su ejercicio, en este caso hacia las fronteras de la virtualidad y las configuraciones del Ciborg como monstro-dispositivo que absorbe todo a su paso.
Ahora bien, así como se establece un juicio sobre la mediatización de la información, es tanta la que nos llega y captamos que se transforma en contenidos fácilmente olvidables. Nos hallamos en un tiempo similar al del animal, pero sin la felicidad ya que el presente que tenemos nos lleva al impulso de querer consumir cada vez más información aunque no seamos capaces de procesarla. Entonces nos situamos en el olvido, pero sin prestar atención a todo aquello que consumimos como información y cobra relevancia del pasado. Usamos la mirada de dios sin ser capaces de transformarnos en un dios para nosotros mismos. La mediatización de la información nos ata a colocar nuestra memoria en las extensiones de bases de datos que guardan la información en lo que aparentemente es la nube, pero que tiene una base física para almacenar la información en supercomputadoras. La distinción que tenemos con el presente del animal radica en situarnos en un hiperconsumismo de información que nos sobrecarga al confiar nuestra capacidad de memoria a la web como extensión de la nuestra, colocándonos en la fragilidad que nos hace caer en el olvido rápidamente al no depender de lo que algunos denominan “naturaleza”. El animal procesa la información de lo que necesita al momento, satisfaciéndolo en el mismo. Nosotros lo dejamos al almacenaje del ciberespacio.
De aquí el segundo problema respecto a la mirada de Dios: el olvido. Dice Virilio citando a Norman Speer que “el contenido de la memoria depende de la velocidad del olvido”;[11] percibimos acontecimientos y microhistorias en todo momento, pero no podemos almacenarlos todos y en realidad tenemos una industrialización y producción de la información que configura el imaginario social. A este tipo de sociedad Virilio le llama sociedad del “Globalitarismo”.[12] Basándola en una sociedad donde la velocidad de la información corre rápidamente y donde el Paisaje de acontecimiento unifica y comunica la información a nivel global, superando así las fronteras de lo político, como una sociedad del extremo. Por mi parte prefiero llamarla sociedad de Tecnocontrol, ya que me parece que los dispositivos implantados por la mirada de dios, que llevan a la vigilancia, son parte medular de la configuración del Ciborg en tanto que extienden sus fronteras hacia la tecnología que atraviesa a los sujetos dentro de la prótesis cultural. Se nos lleva entonces a la poca retención de datos puesto que el almacenamiento de la memoria se amplía en artefactos que tenemos a la mano: fotografías; redes sociales encargadas de traernos recuerdos cibernéticos de canciones, frases, imágenes; lugares vistos al momento mediante cámaras IP, videos que almacenan nuestras memorias y las conservan como un montón de bytes almacenados en la red o en algún dispositivo electrónico. Todo esto se encuentra en un nivel informático, es decir, es información procesable y cuantificable en bases de datos, números binarios compilados por la computadora y traducidos a diversos formatos de lo que entendemos como videos o imágenes. En ese sentido no configuran lo que usualmente conocemos como memoria, pues tienen que pasar aún por un programa que nos permita traducirlo a lo que entendemos como imágenes extensiones de la memoria. Una vez traducido y alojado en el ciberespacio, podemos entenderlo como lo que constituye la memoria digital, o esa extensión que nos permite alojar el recuerdo en imágenes, atándonos al movimiento y uso del ciberespacio como un no-lugar, y a la vez como punto de encuentro con lo que nos configura en un presente que se consume a sí mismo. En la película Johnny Mnemonic (1995),[13] adaptación de la novela Neuromante de William Gibson,[14] el protagonista es un cibervaquero o mensajero, encargado de transmitir información en ampliaciones biocerebrales que permiten almacenar información en gigabytes para poder ser transportada. Johnny borra los recuerdos de su infancia para poder ampliar su capacidad de memoria, pero en su última misión guarda un tamaño de información que excede su capacidad de disco duro cerebral y comienza una carrera contra la muerte al tener un derrame sináptico de información en el cerebro. Si bien actualmente no tenemos bioimplantes cerebrales que nos permitan almacenar gigabytes de información, si tenemos diversos dispositivos que nos permiten guardar terabytes de información y tenerlos como artefactos-extensión de nuestro propio cuerpo.
El hombre de la mascarada dentro del pensamiento de Agustín de Hipona no requería de dichos artefactos; en su pensamiento la memoria cobraba un papel importante permitiendo el acceso a lo divino en un camino de introspección que lleva a la manifestación de Dios en la parte divina del sujeto mismo, manifestándolo también en la asunción de su cultura con ritos y símbolos propios del cristianismo. El Ciborg ya no requiere de encontrarse a sí mismo, pues su parodia se diluye en tantas imágenes como pueda almacenar en sus dispositivos. Existen tantos avatares virtuales y no virtuales como la simulación de la mascarada lo requiera. La cantidad de información que la mirada de dios le proporciona es tal que le ocasiona lo mismo que a Johnny al sobrecargar su implante: un exceso de información que no necesita ser recordada, sino vista, juzgada y estigmatizada. El Ciborg en su gran monstruosidad es, tanto el hombre de los pequeños acontecimientos como el hombre del olvido. No es simplemente la imagen peligrosa que Virilio señala con su pensamiento. No es el juez degollador avatar de la tecnopolítica que supera toda frontera y se mueve flotando como un fantasma en el ciberespacio. Tampoco el cibervaquero de las imaginerías de Gibson. Es el dios que muere de hastío ante el manejo de información que diario pasa por su mirada, es aquél que puede conectarse con cientos de lugares estando tirado en la cama, harto de tanta información, pero con la imposibilidad de rechazarla al ser necesaria incluso para su supervivencia.
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[1] Una cámara IP refiere a una cámara con transmisiones en vivo que no requiere de una computadora para conectarse, ya que en sí posee un micro ordenador de baja potencia que le permite enviar la información. A esto se le denomina visión en vivo, actuando como un ojo en tiempo real. Incorpora, además, otras funciones como detección de presencia, envío de datos a una cuenta de correo electrónico y grabación de imágenes. Se conecta vía un concentrador HUB u otros puertos de banda ancha, sea a internet o a intranet. En algunos casos ni quiera requiere de una IP fija. Al respecto, consultar < http://ingenieria.tvc.mx/kb/a551/que-es-y-como-funciona-una-camara-ip.aspx> .[Última visita: 01/11/2017.]
[2] Este tema puede constatarse a lo largo de la obra de Nietzsche, pero sobre todo en La genealogía de la moral y Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.
[3] Cf. P. Klossowski, Tan funesto deseo, p. 12.
[4] Cf. Ibid, p 12 et passim.
[5] Ibid., pp. 12-13.
[6] Ibid., p. 13.
[7] El concepto es formulado por Paul Virilio en una entrevista homónima hecha por Olivier Morel. Presentando el texto del mismo nombre. El material puede consultarse en línea en: <http://148.206.107.15/biblioteca_digital/articulos/7-129-1875fvf.pdf >. [Última consulta: 11/03/2017.]
[8] P. Virilio, “Un paisaje de acontecimiento”, p. 224.
[9] Georges Bataille, “Prólogo”, en El Erotismo, p. 5.
[10] P. Virilio, op. cit., p. 245.
[11] Cf. Ibid., p. 247.
[12] Ibid., p. 246.
[13] Robert Longo, Johnny Mnemonic, Estados Unidos, 1995.
[14] William Gibson es el creador dentro de la literatura del género conocido como ciberpunk, de conceptos tales como el ciberespacio y la matriz o matrix como el lugar de extensión del ciberespacio. El Cibervaquero es la figura que influyó en la adopción de la forma de subjetividad de hacker como el sujeto-punk encargado de poner en jaque los no-lugares y los bancos de memoria frágiles de un estado Globalitario.