Carne, máscaras y nación zombie

M. Insanus, texto para la ponencia-performance del 12-abril-2018

Introducción

 

Las denominaciones de Nación y las diversas formas de distribución de la muerte en lo que conocemos como México a principios del 2018 nos denotan una sintomatología que requiere  de una terminología que se adecue a los problemas que ello presenta, tales como bajo qué las subjetividades masificadas se transforman en carne comerciable y vendible. ¿Hasta dónde somos parte de una subjetividad y dónde engranes de una maquinaria que tatúa y enuncia a través de nosotros el ethos de sabernos potenciales objetos de consumo muerto?

Para ello recurro a la presentación de la máscara como el proceso de constitución de una “realidad” mediante los procesos de la imaginación, secundando en cómo la carne se transforma en objeto de consumo y, deviniendo finalmente en una orgía de carne y muerte como condición de una configuración cultural sobre  el exceso mostrado a través de la información en lo que denominamos como fantasma.

 

Los demonios o bien son mediadores entre los dioses y los hombres, o bien —y éste es el caso más frecuente— no son más que las máscaras, los mimos que interpretan su papel.

-Pierre Klossowski

 

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Carne marcada, espectacular, mirada dañada
  1. Máscara y fantasma

Los múltiples rostros de un  fantasma  que nos recorre bajo lo que el gobierno ha llamado “Nación”, nos colocan delante de un proceso que podemos nominar como Carnaval[1] entendiendo bajo esto que no existe algo que definamos como “humanidad”, sino un cúmulo de  de máscaras que se han ido construyendo en torno a la necesidad de justificar el la significación del “ser hombre” y los juegos discursivos detrás de él, en un espacio de reflexión filosófica. Se le comprende entonces como el espacio donde convergen los discursos y la vida en el proceso de significarse una y otra vez a conveniencia. El fantasma previamente mencionado obedece a  una modalidad de dichas máscaras; se le enuncia, se le menciona, recorre los imaginarios y las calles  a manera de información que nos llega a terceros, nos evoca números según el Estado: “143 feminicidios en Oaxaca en lo que va del año,”[2] muchos más desaparecidos y en la Ciudad Intocable, como la Roma Aeterna, en donde al menos pueden contarse “7 cárteles operando,”[3] en esta  ciudad que ha dejado de ser intocable desde que el Estado Fallido, incapaz de sostenerse bajo sus pilares de corrupción, ha devenido en la erección de un Estado Alterno capaz de brindar la sustentabilidad  de empleos, escuelas y cierta protección en la cual el primero no pudo. Con ello se ha montado una espectacularidad de la muerte y de nuevos lenguajes que coloquen al Narcotráfico montado en el caballo rojo de sangre coagulada llamado Gore, término tomado por Sayak Valencia del cine para referirse a las particularidades que devienen de la precarización de México a causa del Estado de Excepción, en palabras de Agamben, producido por la corrupción de los diversos colores del PRIismo,  y la asunción de una Narco cultura y sus diversas formas de distribución de muerte.

El fantasma es eso: se le nombra en cantidades exorbitantes que son difíciles de recrear mentalmente, pero que despliegan todo un imaginario que se instituye al ejercer el representarnos dichas cantidades y el asociarnos con ellas de alguna manera, o bien, dejarlas pasar como el cumulo de información que nos llega a través de noticieros, redes sociales y medios de comunicación virtual.  El imaginario es un término tomado de la sociología  a través de Cornelius Castoriadis y que nos refiere a la manera en que una condición de la mente que resulta imprescindible para la construcción teórica del sujeto y de la sociedad, ambos entendidos como instituciones, consolidan construcción de lo social y cultural. Así, los diversos referentes de lo imaginario crean diversas máscaras o interpretaciones del fantasma.   ¿Existe un algo que nos coloque en vínculo directo con las diversas máscaras y evocaciones fantasmáticas que nos lleve a encarnar el acontecimiento?  Para ello continuemos en lo siguiente.

 

  1. De la carne–producto de consumo, la orgía y el desierto

El horizonte de colocarnos en sabernos parte de una mascarada o Carnaval interminable de interpretaciones sobre el acontecimiento de la muerte y sus maneras de distribución nos lleva a preguntarnos si es el fantasma simplemente algo que evoca, se siente y se hace presente, o bien,  que incluso llega a encarnarse, sentirse y hacerse obra de lo común a pesar de sus diversas máscaras.  En el caso de Giorgio Agamben el lenguaje constituye un juego de “la vida del espíritu que lleva la muerte y se mantiene en ella”[4] como un rastro desvanecido; es el principio del fantasma, lo negativo, el rastro de lo muerto que queda en un lenguaje capaz de figurar y señalar en el acto de ser pronunciado aquello que constituye una significación, incluso en su aspecto político y encarnado en nuestro cuerpo.  De ahí la enunciación de sabernos en Sociedad Gore, reconocida como una situación de nivel nacional mediante la identificación de aquellos números que representan causas políticas, muertos, desaparecidos, casos documentados y no. La información llega a niveles vertiginosos, en marejadas que, al igual que las olas, irrumpen con violencia, se muestran en su máxima expresión y luego son reemplazadas por otros casos. Tal es el estado de masificación dado por el uso de la tecnología. Cierto es que  nos coloca delante de estar a un click de la máscara que acontece en el instante, pero también de encontrarnos tan desnudos y susceptibles de todo aquello con que somos bombardeados constantemente en hipervelocidad.

Rápido, como una aguja insertada en el cuerpo, aquello que no se enuncia, pero se encuentra en el fantasma nos va recorriendo, dejando marcas en nuestros cuerpos. Foucault decía que las subjetividades configuradas a través de discursos que atraviesan los cuerpos  creando las particularidades de cada una y, sin embargo, ahora nos encontramos de bruces en múltiples manejos de información que nos uniforman sin importar nuestra subjetividad. Ante ello hablar de cuerpos no es suficiente,  Por ello, la carne es aquello que es atravesado por los discursos, por fantasmas que nos impregnan de su melancolía y su contenido de muerte.

Michael Hardt y Antonio Negri trabajan la cuestión de la carne como consecuencia de una guerra civil global, consistente en el Estado de Excepción planteado ante Estados que caen y se encuentran en una perpetua guerra entre los civiles que intentan mantener o crear nuevas instituciones. Al hablar de una escala global de distribución nos encontramos ante mecanismos a manera de engranajes que se encargan ya no de meras subjetividades, sino de dar una uniformidad a la difusión de sus contenidos. Como dijera Jean Baudrillard:

Hemos recorrido todos los caminos de la producción y de la superproducción virtual de objetos, de signos, de mensajes, de ideologías, de placeres. Hoy todo está liberado, las cartas están echadas […] Ya sólo podemos simular la orgía y la liberación, fingir que seguimos acelerando en el mismo sentido, pero en realidad aceleramos en el vacío, porque todas las finalidades de la liberación quedan ya detrás de nosotros y lo que nos persigue y obsesiona es la anticipación de todos los resultados, a disponibilidad de todos los signos, de todas las formas, de todos los deseos.[5]

 

De ahí dos cuestiones: primero, nos encontramos frente a que todo ha pasado: los lenguajes, la manera en que el consumo se genera, la base de todo ello no está ya simplemente y solamente en los fundamentos de Marx, por debajo de ellos se encuentro toda una maquinaria de los deseos, los placeres, y a la vez todo nos resulta audible, palpable, ajeno pero a la vez contenido que queda detrás de una manera tan rápida como llegó. Con ello queda preguntarnos ¿De qué manera interpretamos y hacemos nuestros dichos contenidos? ¿Es la muerte como contenido literalmente Gore, la desesperanza de encontrarnos en una nación cada vez más jodida, de sabernos que el futuro parece incierto al no saber si seremos el siguiente que desaparezca y por ello hundirnos en los millones de contenidos que llegan a nuestros sentidos? Deviene entonces la simulación como segunda cuestión, y con ella la orgía como ese estado latente en que todo puede suceder. No podemos ya plantearnos en que “las cosas no son como antes” como recordaran algunas generaciones arriba de las nuestras, como anhelando un pasado que no regresará, y ante ello, ante todo lo fallido, se presentan las nuevas simulaciones. No nos queda ya buscar un original ─pues como dijera Pierre Klossowski, “no existe sino la copia de la copia, elevándose así hasta el infinito”─ Simular la orgía es un estado efervescente en donde todo puede suceder y sucede a la vez, como sombras frente a la representación de un ideal sexual en la pantalla de un cine porno y una masa de cuerpos enredados en donde puede encontrarse desde la señora de las quesadillas hasta el político y el oficinista. Y ahora lo pornográfico no es dicha escena, sino la espectacularidad que la misma muerte se presenta en el status orgiástico de encontrarnos como situación del país en tal punto de tope. El apocalipsis ha llegado para establecerse sin mostrar un final, dándonos paso a reconocernos ante dicha situación, en medio de fantasmas que aparecen, hacen presencia y nos recuerdan, rememoran e impregnan con sus recuerdos; con el miedo, el placer, el dolor, lo espectacular, como el agua atravesando la piel: deja una marca, se siente, se disfruta, lastima, pero pasará y lo único que se resentirá en la piel no dejará costra alguna, pero sí la molestia constante de una piel sensibilizada por todo aquello que la atraviesa.

Fingimos entonces ante el fantasma que aparece frente a nosotros, simulamos y moldeamos nuestras realidades ante lo que acontece. Y aún ¿de qué manera lo sentimos, en qué forma se nos encarna en la piel? Tan común es ver un cuerpo atravesado mientras el lenguaje enuncia, estamos tan invadidos y acostumbrados a lo espectacular que lo dejamos pasar, hasta que nos ocurre de bruces al abismo… entonces el terror insoslayable de sentir la muerte aquí, atravesándome te afecta a ti como espectador o lector y a mí, sintiéndola como me configura y moldea en una situación de tensión y efervescencia como el vaso derramado ante lo que pareciera no hay esperanza. Somos entonces carne de consumo, carne potencialmente expuesta y vulnerable, cual zombies que siguen el olor de contenidos gore, el ruido estridente de contenidos virales que se nos arrojan delante. En un mundo post apocalíptico, post moderno, el zombie somos nosotros, pero a la vez somos posible carne de consumo, moneda y producción para un Narco Estado en donde el  cuerpo deja de ser subjetividad para ser cadáver, mensaje, resignificación.

Nuevos lenguajes, nuevas simulaciones, nuevas orgías ante las cuales se nos presentan los nuevos desiertos: ya no es el anacoreta de los primeros siglos el que huye para  alejarse del mundo. Ante el apocalipsis constante, son los sujetos quienes se repliegan entre el vaivén de la información para encontrarse en los no-lugares: espacios virtuales donde se conjuga el cruce de la información sobre nuestros cuerpos extendidos en el ciberescenario.  Se carece de espacio físico ya que realmente no importa el punto donde estemos conectados, el dispositivo de transmisión y recepción es el que enlaza, diluyendo el espacio donde nos encontramos, no hay fronteras más que las que da la misma información. Aquí todo es ultrarrápido, olvidadizo, enajenable. La Ciudad se transforma en una red inmensa de puntos de conexión, de miradas que se cruzan con lo que acontece en todo el mundo, menos allí. He aquí los desiertos, los espacios para extenderse a través de la información configurando nuestros cuerpos que son atravesados por cientos de agujas-información-espectáculo. Al igual que el cuerpo que redacta y lee ¿de qué manera somos afectados, modificados y masificados?  ¿Existe una alternativa para librarnos de los fantasmas que nos aparecen delante? Quizá encontrar parte de las respuestas a dichas preguntas nos permitiría elaborar resistencias que no se transformen en manejos de información. Si el apocalipsis ha llegado, ¿podemos encontrar la manera de abandonar nuestro estado zombificado?

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[1] La figura del Carnaval la tomo de Eugenio Trías, en su texto Filosofía y Carnaval, lectura sugerida para ampliar el tema, es entendido como ese espacio filosófico donde convergen las voluntades de encarnar ciertas máscaras.

[2]  < http://www.eluniversal.com.mx/estados/alzan-la-voz-mujeres-por-la-equidad-y-contra-inseguridad>. [Última visita : 9-03-2018.]

[3] Cf. < http://www.capitalmexico.com.mx/metropolitano/los-carteles-identifican-cdmx-tlahuac-dea-pgr-operaciones/> . [Última visita : 9-03-2018.]

[4] Giorgio Agamben, Estancias, 79 p.

[5] Jean Baudrillard, La transparencia del mal, pp. 9-10.

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Bibliografía

AGAMBEN, Giorgio, El lenguaje y la muerte. Un seminario sobre el lugar de la negatividad. 1ª reimp. Trad. de Tomás Segovia. Valencia, Pretextos,  2008. 177pp.

BAUDRILLARD, Jean, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. Trad. de Joaquín Jordá. Barcelona, Ediciones Anagrama, 1991. 185pp. (Colección Argumentos)

CASTORIADIS, Cornelius, La institución imaginaria de la sociedad. Trad. de Antoni Vicens y Marco Aurelio Galmarini. Buenos Aires, Tusquets, 2007.

FOUCAULT, Michel, Microfísica del poder. 2a ed. Ed. y trad. de Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría. Madrid, Ediciones La Piqueta, 1992.

HARDT, Michael y Antonio Negri. Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio.  Trad. de Juan Antonio Bravo. Barcelona, Debate, 2004. 462pp.

TRÍAS, Eugenio, Filosofía y Carnaval. 3a ed. Barcelona, Anagrama, 1984. 131pp.

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